En mayo de 1938, el
musicólogo Alan Lomax grabó a Jelly Roll Morton en la Biblioteca del Congreso
de los Estados Unidos. Durante semanas, Morton no solo tocó el piano con su
característico estilo crudo y sofisticado, sino que también relató en detalle
su vida, sus viajes por el sur y su particular visión sobre los orígenes del
jazz. Una de las piezas interpretadas fue “I’m Alabama Bound”, canción que se convierte en símbolo de ese
mundo híbrido y multiforme que Morton habitó: el de los ragtime tardíos, los
blues del delta, los toques criollos de Nueva Orleans y la música afroamericana
en tránsito.
“I’m Alabama Bound” no
era una composición original de Morton; el tema circulaba en el repertorio
popular desde al menos principios del siglo XX, asociado al blues de viaje o traveling blues,
con raíces en canciones folklóricas y de los minstrel shows. Sin embargo, la
versión que Morton ofrece en las grabaciones de la Library of Congress la transforma en algo único: un testimonio
personal e histórico, cargado de swing, síncopas incisivas y una narrativa
vocal que excede lo musical. Más que cantar, Morton narra, actúa y recuerda. Lo
que se escucha es tanto una interpretación como una reconstrucción oral de un
tiempo pasado.
Desde el punto de
vista musical, esta versión es un ejemplo de lo que Morton denominaba “el verdadero jazz”, una fusión entre
la técnica pianística del ragtime, los patrones del blues y un manejo expresivo
del tiempo. Su mano izquierda mantiene una base de stride pianístico con sabor
a Nueva Orleans, mientras que la derecha explora variaciones melódicas,
anticipando lo que décadas más tarde se conceptualizaría como “paráfrasis
melódica” en la improvisación jazzística.
El acompañamiento
verbal que Morton añade es igualmente revelador: entre frases musicales,
introduce anécdotas, chistes y comentarios sobre los músicos de su época. Esta
práctica, que entrelaza música y relato, está en la base de la oralidad afroamericana como forma de
transmisión cultural, y vincula el arte del jazz con las tradiciones de los griots
africanos y los songsters del sur estadounidense.
Para los estudiosos
del jazz, este registro tiene una doble importancia. Por un lado, revela los
modos de interpretación anteriores a la estandarización del swing y la era del
bebop. Por otro, ofrece una visión interna —aunque teñida por el carácter
mitómano de Morton— de cómo los primeros músicos de jazz entendían y narraban
su propia historia.
En “I’m Alabama
Bound”, Jelly Roll Morton no solo interpreta una canción: se coloca en el
centro de un discurso fundacional. Allí donde la historiografía muchas veces
empieza con partituras y fechas, Morton propone otra vía: la del relato vivido,
del músico callejero, del narrador que recuerda entre compases y silencios cómo
sonaban las esquinas de Nueva Orleans antes de que el jazz tuviera nombre.
musicológicas
Modo de ejecución: Morton no se limita
a una interpretación regular ni mecánica. Su fraseo rítmico emplea rubato narrativo, donde el tempo se
ajusta al ritmo del habla, desdibujando las fronteras entre música y palabra.
Textura pianística: El uso del stride
en la mano izquierda —alternancia entre bajos y acordes— crea un pulso
flexible, a la vez danzante y conversacional. La mano derecha dibuja líneas
melódicas que oscilan entre la repetición del motivo original y la ornamentación
libre.
Relación texto-música: La alternancia entre
relato y ejecución no responde a un patrón fijo, sino a un flujo expresivo
espontáneo. Morton organiza la performance como una suerte de suite narrativa donde cada fragmento
musical se articula con comentarios verbales, en un formato que anticipa las
formas performativas del spoken word.
Construcción de identidad: A través de esta
interpretación, Morton no solo muestra su dominio técnico sino que autoconstruye su figura mítica como
“inventor del jazz”, en una estrategia que combina entretenimiento, memoria
histórica y autorrepresentación.
Estética de la rememoración: Lo que se escucha no
es una recreación neutra del pasado, sino una forma de recuerdo en acto, con todos sus desvíos, teatralidades y reconstrucciones.
La interpretación se convierte así en una forma de archivo vivo, con valor documental
y artístico a la vez
Por Marcelo Bettoni