En Nueva Orleans, las  marching bands
marcaban el ritmo de la vida. Entre los músicos que daban alma a estas bandas,
uno brillaba con luz propia: Joseph “King” Oliver. Con su corneta en
mano, lideraba no solo desfiles, sino también el surgimiento de un estilo musical
que conquistaría al mundo.   Pero si King
Oliver ocupa un lugar especial en la historia del jazz, es por algo más que su
virtuosismo. Fue él quien descubrió, moldeó y guió a un joven talento llamado
Louis Armstrong, dejando una marca imborrable en el desarrollo del género. 

Las  marching bands  de Nueva Orleans no solo animaban funerales y
desfiles; también eran una escuela de música y vida. Allí, músicos como Oliver
adquirieron disciplina, oído y un sentido innato de la improvisación. Sin
embargo, el formato rígido de estas bandas pronto dio paso a las jazz bands ,
grupos más pequeños y flexibles que comenzaron a explorar un repertorio más variado,
incluyendo blues, ragtime  y
composiciones originales. 

En 1923, King Oliver y su Creole Jazz Band grabaron una serie de temas que
se consideran piedras angulares del jazz. Estas sesiones no solo documentaron
el sonido de Nueva Orleans, sino que también marcaron el debut discográfico de
Armstrong. Temas como Chimes Blues y
Snake Rag
capturaron la esencia de una música en transformación, con
arreglos que reflejaban tanto la tradición colectiva como destellos de
individualidad. 

La Creole Jazz Band seguía una estructura típica de la época: una sección
melódica y una rítmica. La primera, liderada por la corneta de Oliver, incluía
además trombón, clarinete y ocasionalmente saxofón. La segunda, con batería,
banjo o guitarra, tuba y, más tarde, piano, proveía la base rítmica y
armónica. 

Lo que hacía especial a esta banda era su capacidad para equilibrar la
improvisación colectiva con momentos de protagonismo individual. En Chimes Bbues
, por ejemplo, Armstrong se alzó con un solo  que, aunque breve, dejó claro su enorme
potencial.  El repertorio de la banda
incluía composiciones propias como Alligator
Hop y Canal Street Blues
, piezas que demostraban el ingenio de Oliver y
Armstrong.

A pesar de su impacto, la vida de King Oliver tuvo un final trágico. La
Gran Depresión y problemas de salud, incluyendo la pérdida de sus dientes, lo
obligaron a abandonar la música. Pasó sus últimos años en la pobreza, lejos de
los escenarios que alguna vez había dominado.  Mientras Armstrong ascendía al estrellato
internacional, siempre reconoció la influencia de su mentor. En sus propias
palabras: “Todo lo que soy, se lo debo a Joe Oliver.” 

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