
Entre 1965 y 1968, Miles Davis lideró una de las formaciones más influyentes en la historia del jazz moderno: su llamado “segundo quinteto”, integrado por Wayne Shorter en saxo tenor, Herbie Hancock en piano, Ron Carter en contrabajo y Tony Williams en batería. Esta agrupación no solo se consolidó como un paradigma de interacción espontánea y libertad formal, sino que encarnó un modelo de pensamiento musical colectivo orientado a la experimentación dentro de parámetros aún reconocibles del lenguaje post-bop.
Un ejemplo emblemático de este enfoque es la grabación de “Freedom Jazz Dance”. Esta reinterpretación del tema original de Eddie Harris se transformó en un auténtico manifiesto sonoro del método de trabajo del grupo. Lejos de una lectura literal del material temático, el quinteto rehace y reorganiza los elementos melódicos, armónicos y rítmicos mediante un proceso colectivo de reconstrucción, que incluye decisiones colaborativas, ajustes espontáneos en el momento y una apertura creativa al error como fuente de innovación.
La pieza, en su concepción original, presenta una melodía segmentada, con acentos que la acercan al lenguaje del funk-jazz. En manos del quinteto, este diseño se descompone. Miles Davis propone la incorporación de compases de silencio entre las frases melódicas, transformando la forma en una secuencia más abierta, marcada por la respiración y la tensión del espacio vacío. Esta decisión no responde a un capricho estético, sino que introduce un principio de discontinuidad que reconfigura la percepción del oyente: la forma ya no se entiende como una progresión cerrada, sino como un campo de posibilidades.
Este tipo de intervención es característico del trabajo del quinteto durante este periodo. En vez de desarrollar la improvisación sobre cambios armónicos prefijados, el grupo se permite manipular la estructura interna de cada tema. Herbie Hancock, por ejemplo, evita establecer una función armónica convencional. En su lugar, explora acordes densos, superpuestos, muchas veces politonales o ambiguos, como en el uso simultáneo de acordes disminuidos sobre diferentes fundamentales, generando una textura armónica que oscila entre la tensión y la suspensión.
La interacción rítmica alcanza un nivel de sofisticación extraordinario. Tony Williams, con apenas 21 años en el momento de la grabación, despliega un enfoque centrado en la fragmentación métrica y la polirritmia. Las indicaciones de Davis para que utilice tresillos de corchea durante la sección temática no son simplemente una instrucción de estilo, sino una forma de subvertir la regularidad del pulso, introduciendo una lógica de flujo temporal no lineal.
Ron Carter, por su parte, opera como eje armónico móvil y generador de estabilidad rítmica relativa. Sus líneas de bajo escapan del rol tradicional de marcación del tiempo, asumiendo una función contrapuntística en diálogo constante con los ataques impredecibles de la batería. La combinación de estas decisiones da lugar a lo que algunos analistas han denominado metric modulation, es decir, una sensación de cambio de pulso o tempo sin modificación real del metrónomo.
Más allá de las contribuciones individuales, lo que distingue a este quinteto es su capacidad de improvisar desde un pensamiento común. El proceso de ensayo —documentado en los registros de la sesión del 24 de octubre de 1966— revela un método de ensayo no jerárquico, aunque catalizado por Davis. Las sugerencias del trompetista no se imponen sino que se exploran, se reformulan o se descartan en función del resultado sonoro emergente.
Esta dinámica de taller improvisativo puede entenderse como una forma de composición colectiva en tiempo real. El grupo no trabaja sobre una partitura fija, sino sobre una matriz flexible que admite la revisión constante. Esta actitud estética, más cercana al pensamiento posmoderno que a los cánones del bebop, anticipa muchas de las prácticas del jazz contemporáneo, en especial aquellas que disuelven las fronteras entre composición e improvisación.
“Freedom Jazz Dance” en la versión del Segundo Quinteto de Miles Davis es una muestra paradigmática del jazz de avanzada de los años 60. En ella, la arquitectura sonora se redefine desde la interacción y la experimentación, abandonando estructuras rígidas para dar paso a un flujo orgánico y flexible.
El resultado es una pieza que no solo desafía los límites armónicos y rítmicos, sino que también replantea el concepto mismo de improvisación, promoviendo una escucha activa y una creación colectiva que continúa influyendo en el jazz contemporáneo.
La serie de seis discos grabados por este quinteto —de E.S.P. a Filles de Kilimanjaro— constituye una unidad estética coherente y revolucionaria. En estos álbumes se consolidan principios que influenciarán tanto el jazz de cámara como las fusiones posteriores: la fragmentación de la forma, la ambigüedad tonal, la suspensión del centro rítmico y la primacía de la interacción por sobre el virtuosismo individual. En su aparente informalidad, se esconde una rigurosidad conceptual que sigue marcando el horizonte del jazz moderno.
Por Marcelo Bettoni