La Association for the Advancement of Creative Musicians (AACM), fundada en Chicago en 1965, representa uno de los experimentos más radicales y duraderos en la historia del jazz moderno. Su aparición no solo reconfiguró el horizonte estético del free jazz y la improvisación, sino que también ofreció un modelo de organización comunitaria, pedagógica y artística sin precedentes en la tradición afroamericana.

La Experimental Band de Muhal Richard Abrams (1961) fue el embrión de la AACM. Se trataba de un espacio para componer, ensayar y estrenar nuevas obras, al margen de la industria musical y del repertorio estandarizado de los clubes de jazz. La premisa fundacional era clara: cada integrante debía aportar obras originales. Abrams sostenía que este énfasis no rompía con la tradición, sino que la continuaba, ya que en los inicios del jazz cada intérprete producía repertorio propio.

Este énfasis en la creación se acompañó de una fuerte ética personal y comunitaria. Abrams transmitía disciplina, integridad y un sentido de responsabilidad artística que funcionaba como contrapeso al estereotipo del músico de jazz vinculado al consumo de drogas y a los excesos de la vida nocturna. En palabras de Joseph Jarman, el encuentro con Abrams le ofreció un camino alternativo dentro de la comunidad afroamericana: un lugar donde el arte se convertía en instrumento de transformación personal y colectiva.

El Art Ensemble of Chicago (AEC) emergió como la agrupación paradigmática de la AACM. Su práctica musical y escénica encarnaba una concepción interdisciplinaria y ritual del jazz. La introducción de los “pequeños instrumentos” —campanas, gongos, silbatos, juguetes sonoros y tambores africanos— no era una simple adición tímbrica, sino una apuesta por expandir la noción de instrumento y restituir una dimensión comunitaria, ligada tanto a la memoria ancestral africana como a la experimentación contemporánea.

En escena, la teatralidad se volvía inseparable del discurso musical. El maquillaje de Joseph Jarman y Lester Bowie, las túnicas y las máscaras no eran ornamentos, sino dispositivos performativos que inscribían al AEC en la tradición del teatro ritual africano y en la vanguardia escénica occidental. La música se presentaba como flujo continuo, sin interrupciones entre piezas, integrando improvisación libre, pasajes escritos y una gama estilística que abarcaba desde el swing y el blues hasta las músicas folklóricas y el rock.

El lema “Great Black Music: Ancient to the Future” condensaba esta filosofía. El AEC proponía un tiempo expandido donde convivían las raíces africanas, la tradición afroamericana y las proyecciones futuristas. Así, la música se convertía en un espacio de memoria y utopía, que dialogaba con las luchas políticas del Black Power y con la búsqueda de identidad cultural de la diáspora.

La migración de Abrams y otros miembros de la AACM a Nueva York en los años setenta marcó un segundo momento. Allí, la AACM se vinculó con un entorno en el que convivían el free jazz neoyorquino, la escena de lofts y la vanguardia académica. Abrams desplegó una obra monumental que iba desde el piano solo hasta las big bands, consolidando un modelo de creador total.

El violinista Leroy Jenkins, con el Revolutionary Ensemble, exploró las posibilidades del violín en el jazz, desplazando sus asociaciones clásicas hacia un lenguaje híbrido, con énfasis en la improvisación colectiva y el timbre extendido. En paralelo, el saxofonista y compositor Henry Threadgill con Air y posteriores ensambles, experimentó con combinaciones instrumentales atípicas y con formas que desafiaban las convenciones del jazz moderno. Su uso del hubcapphone y la integración de instrumentos como el acordeón, la tuba o el oud expandieron la paleta tímbrica del jazz hasta territorios fronterizos con la música contemporánea, la tradición popular y lo experimental.

La AACM reveló que la vanguardia no era un episodio pasajero, sino una tradición en sí misma. En contraste con las críticas que acusaban al free jazz de haber “matado al público”, los músicos de la AACM demostraron la capacidad de esta música para perdurar, expandirse y generar nuevas escuelas en Europa, América Latina y Asia.

El concepto de free jazz fue reinterpretado no como ausencia de reglas, sino como libertad para decidir el marco estético de cada obra. Esa libertad podía implicar improvisación sin métrica, reinterpretación de un estándar de Charlie Parker, o incluso la incorporación de músicas folklóricas o populares contemporáneas. La AACM, en este sentido, operó como un laboratorio de formas donde tradición y modernidad, oralidad y escritura, ritual y performance, coexistían sin jerarquías.

Más que un colectivo musical, la AACM fue una institución cultural que articuló estética, ética y política en un mismo proyecto. Su impacto es múltiple: transformó el lenguaje del jazz, abrió nuevos territorios tímbricos y formales, generó pedagogías alternativas y fortaleció una noción de comunidad artística afroamericana autónoma.

Al consolidar la vanguardia como tradición, la AACM reformuló la historia del jazz como un proceso abierto, donde cada generación tiene el deber de crear nuevas músicas y de replantear sus vínculos con el pasado y el futuro.

Por Marcelo Bettoni

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