Entre 1917 y 1929 se produce en el jazz un viraje estético y estructural decisivo: el paso de la polifonía colectiva de raíz criolla —con la superposición de corneta, clarinete y trombón— hacia un paradigma centrado en el solista. Este cambio no solo representa una mutación en los procedimientos musicales, sino que redefine la noción misma de autoría: la “firma” del intérprete se vuelve el núcleo de la obra, y la improvisación adquiere la categoría de composición en tiempo real. Este viraje es el eje sobre el cual se organizará el desarrollo posterior del jazz, desde el swing hasta el bebop y más allá.

El trasfondo del cambio

Varios factores sociales, tecnológicos y musicales se entrelazaron en este proceso:

Matriz criolla de Nueva Orleans: la tradición de las brass bands, el ragtime y el blues configuraron un terreno propicio para la improvisación colectiva, especialmente mediante contracantos y variaciones ornamentales.

El cierre de Storyville (1917) y la Gran Migración afroamericana impulsaron el desplazamiento de músicos hacia Chicago y, posteriormente, Nueva York, donde se consolidaron nuevas escenas, públicos y circuitos de grabación.

Tecnología de grabación: la transición de la técnica acústica a la eléctrica (1925) amplió el rango dinámico y la fidelidad sonora, favoreciendo la escucha del detalle tímbrico y potenciando el lucimiento del solista (Gioia, 1997).

A este contexto debe añadirse un aspecto decisivo: el enriquecimiento armónico. En la década del veinte, para sostener y potenciar la improvisación, los músicos comenzaron a emplear un ritmo armónico más complejo, la incorporación de acordes de paso y acordes sustitutos, y la exploración de modulaciones pasajeras. Esta expansión del vocabulario armónico proporcionó a los solistas un terreno más fértil y variado sobre el cual desplegar su creatividad. El jazz dejaba de apoyarse únicamente en la repetición de esquemas simples para convertirse en un lenguaje con creciente sofisticación, donde la armonía y la improvisación se retroalimentaban.

La consolidación del solo individual se articuló a partir de procedimientos específicos:

Breaks y stop-time: breves silencios del conjunto en los que el solista desplegaba respuestas improvisadas, puente entre la polifonía y la exposición individual.

Choruses: desarrollo de ideas motívicas a lo largo de estructuras cíclicas (12 compases del blues, 32 de la canción popular), con variaciones rítmicas, melódicas, tímbricas y ahora también armónicas.

Lenguaje expresivo: uso sistemático de blue notes, desplazamientos acentuales, swing como articulación rítmica y explotación del timbre como identidad personal (vibrato, growls, uso de sordina).

Cadenzas libres: espacios de apertura o cierre que permitieron al solista presentarse como compositor-intérprete, cristalizados en la célebre introducción de West End Blues (1928) de Louis Armstrong.

Figuras y momentos clave

Buddy Bolden: aunque no existen registros sonoros, la tradición oral lo sitúa como pionero del cornetín “personal”, antecedente de la individualidad solista.

King Oliver: aún dentro del formato de ensemble, introdujo breaks característicos y un manejo expresivo de las sordinas.

Sidney Bechet: primer solista de personalidad plenamente registrada; su vibrato amplio y ataque incisivo consolidaron un estilo inconfundible en clarinete y saxofón soprano.

Jelly Roll Morton: articuló la escritura formal con espacios de improvisación, modelando la coexistencia entre composición y solo.

Louis Armstrong: cristalizó el paradigma del solista moderno: fraseo rítmico elástico, melodización de arpegios, construcción narrativa. Su figura trasladó el foco del colectivo al individuo y transformó el canto jazzístico al imponer una concepción instrumental de la voz.

Autoría individual: el solista adquiere un estatuto comparable al de un compositor, anticipando la noción de “líder” de combo que se consolidará en el bop.

Tensión entre virtuosismo y arreglo: la dialéctica entre la libertad improvisatoria y la escritura de los arregladores marcará el desarrollo del swing y posteriores estilos.

Voz instrumental: la idea de “cantar con el instrumento”, asociada a Armstrong, permeó tanto la práctica instrumental como vocal en el jazz.

El tránsito del ensemble colectivo al protagonismo del solista entre 1917 y 1929 constituye un giro fundacional en la historia del jazz. La improvisación deja de ser un ornamento para convertirse en forma, y la música se transforma en un arte de biografías sonoras. La complejización armónica de la década del veinte —con su ritmo armónico más complejo, acordes de paso y sustitutos— amplió el horizonte creativo y cimentó la idea del improvisador como compositor en tiempo real. Sin esta centralidad del solista y sin ese nuevo soporte armónico no sería posible comprender el bebop de Charlie Parker y Dizzy Gillespie, ni la noción contemporánea de combo. Por Marcelo Bettoni

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