Uno de los rasgos más significativos de la cultura afroamericanos, que se consolidaron durante el siglo XIX en las plantaciones esclavistas del sur de Estados Unidos, es la particular adaptación fonética del idioma inglés en el canto. Expresiones como Heaven → Heb’n o Lord → Lawd no son simples deformaciones casuales del lenguaje, sino huellas profundas de un proceso cultural en el que la lengua y la música se entrelazaron como formas de resistencia, identidad y expresión comunitaria (Levine, 1977; Epstein, 1977).

Los africanos esclavizados en Norteamérica provenían de etnias y regiones diversas: hablaban mandinga, ewe, yoruba, wolof y muchas otras lenguas. Al llegar al continente, se vieron forzados a comunicarse en inglés, pero ese inglés no fue aprendido ni reproducido de manera académica, sino adaptado oralmente. De esta manera se configuró un registro lingüístico particular, que hoy conocemos como African American Vernacular English (AAVE) (Rickford & Rickford, 2000; Smitherman, 1977).

En este proceso, las reglas fonéticas del inglés estándar se mezclaron con patrones propios de las lenguas africanas (Holloway, 1990). El resultado fue un habla marcada por reducciones silábicas, variaciones en las vocales y simplificación de consonantes finales. Así, palabras largas o difíciles de encajar en el canto colectivo se transformaban:

Estos cambios respondían tanto a necesidades de facilidad fonética como a la búsqueda de ritmicidad musical (Fisher, 1953; Southern, 1997).

En los espirituales, la lengua adquiría una dimensión sonora que iba más allá del significado literal. Los esclavos adaptaban las palabras al canto colectivo, respetando el pulso, la síncopa y la cadencia de sus raíces africanas. La contracción de Heaven a Heb’n, por ejemplo, no solo aliviaba la dificultad de pronunciar una palabra larga, sino que también permitía encajarla en frases musicales breves y repetitivas, esenciales en los cantos de llamada y respuesta (Epstein, 1977).

La lengua se convirtió en un instrumento musical: se estiraba, se encogía, se cargaba de matices rítmicos. Esta “musicalización del inglés” permitió a los esclavos mantener, aunque de manera velada, un lazo con las tradiciones orales africanas (Smitherman, 1977).

El inglés “no estándar” de los espirituales fue, en realidad, una forma de resistencia. Aunque impuesto, el idioma fue transformado en un vehículo propio, distinto del de los amos. En lugar de reproducir pasivamente el inglés dominante, los esclavos moldearon la lengua para expresar sus emociones, su fe y su esperanza de libertad (Levine, 1977).

De allí que los espirituales no puedan entenderse solo como canciones religiosas. Son también documentos de la lucha por la supervivencia cultural. El hecho de cantar Heb’n en lugar de Heaven no es un error lingüístico: es una afirmación identitaria, una apropiación de un idioma extraño, convertido en herramienta de expresión colectiva (Southern, 1997).

Las adaptaciones fonéticas y rítmicas de los espirituales tuvieron una influencia decisiva en la formación de todo el vocabulario musical afroamericano posterior. El blues, el gospel, el jazz e incluso el hip hop heredaron esa manera de hacer del idioma un material plástico, moldeable, capaz de transformarse en música (Gioia, 2019).

La cadencia del AAVE marcó la métrica del blues; la expresividad fonética se trasladó al jazz vocal de Louis Armstrong, Billie Holiday y Ella Fitzgerald; y en el rap, la tradición de manipular la lengua como ritmo y sonido alcanza una nueva dimensión (Rickford & Rickford, 2000).

La transformación de Heaven en Heb’n encierra mucho más que un simple cambio fonético: revela un proceso cultural de resistencia, de creatividad y de identidad. Los esclavos afroamericanos no solo cantaban para sobrevivir espiritualmente, también reinventaban un idioma impuesto, lo convertían en música y, al hacerlo, sentaban las bases de una de las tradiciones artísticas más influyentes de la historia moderna.

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Por Marcelo Bettoni

Bibliografías

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