
Hoy en día, cualquiera puede grabar una canción con un simple celular o una computadora en casa. Pero a principios del siglo XX, registrar música era un desafío técnico enorme.
Hasta mediados de los años 20, todas las grabaciones se hacían de forma acústica, y sin micrófonos. El sistema era ingenioso, aunque limitado: los músicos tocaban frente a una gran bocina metálica, que funcionaba como una especie de embudo gigante. Esa bocina recogía las vibraciones del aire y las transmitía a un diafragma conectado a una aguja. La aguja, a su vez, iba “dibujando” los surcos en un disco maestro de cera.
Uno de los personajes más importantes en este proceso fue Rosario Bourdon (1885-1961), un violonchelista canadiense que se convirtió en director musical de la Victor Talking Machine Company, la compañía que luego sería RCA Victor.
Bourdon no solo dirigía orquestas y conjuntos en los estudios de Camden, Nueva Jersey; también tenía que resolver los problemas prácticos de la grabación acústica. ¿Cómo lograr que todos los instrumentos sonaran equilibrados si no existía la posibilidad de ajustar volúmenes con perillas? La única solución era… ¡mover a los músicos de lugar!
Las sesiones parecían más un experimento científico que un ensayo musical.
- Los instrumentos más fuertes (trompetas, trombones, percusión) se alejaban de la bocina.
- Los más suaves (violines, guitarras, voces) debían colocarse casi dentro del embudo.
- Algunos cantantes, para no saturar la bocina, cantaban… ¡de espaldas!
- Y para el violonchelista, que normalmente toca sentado cerca del piso, se diseñaron sillas altas a medida, de manera que el instrumento quedara a la altura exacta de la bocina.
Todo esto condicionaba la interpretación: los músicos no tocaban pensando en la mejor expresión artística, sino en cómo lograr que su sonido se registrara de la manera más clara posible.
La llegada de la grabación eléctrica en 1925, gracias al uso del micrófono y la amplificación, cambió radicalmente la situación. Ya no era necesario ese montaje extraño con sillas, bocinas y músicos distribuidos como piezas de ajedrez. Ahora se podía captar un espectro sonoro mucho más rico y natural, abriendo la puerta a nuevas posibilidades artísticas.
Sin embargo, sin aquellos pioneros como Rosario Bourdon y sin las ingeniosas adaptaciones de la era acústica, hoy no tendríamos los primeros registros de música popular, ópera, música clásica y jazz, que constituyen documentos históricos irreemplazables.