a relacionarnos con los demás. Su fuerza no radica únicamente en las notas, sino en la intención con que se tocan: respeto, apertura y búsqueda de verdad.
Improvisar, explica Hancock, es mucho más que crear en el momento. Es escuchar al otro, responder con sensibilidad y construir juntos algo nuevo. Por eso afirma que “el jazz es un modelo de la actitud que deberíamos tener ante la vida”. La música se convierte así en metáfora de empatía, inclusión y colaboración.
Esa visión se refleja también en su experiencia como viajero y artista global. Durante una entrevista, contó que lo que más disfruta de las giras es la posibilidad de integrar a personas de distintas culturas, religiones y lenguas en su propio “vecindario”. Esa apertura lo hace sentirse tomado de la mano con la humanidad entera.
Para Hancock, el jazz muestra cómo deberían tratarse las personas entre sí. En el escenario, como en la vida, las diferencias no separan: enriquecen. Cada interacción se vuelve un diálogo creativo, una oportunidad de tender puentes.
Su trayectoria musical confirma esta filosofía. Desde sus inicios con Miles Davis hasta sus colaboraciones con Joni Mitchell, Kendrick Lamar o Snoop Dogg, Hancock ha cruzado fronteras estilísticas sin perder nunca la esencia comunicativa del jazz: la capacidad de unir, de invitar al encuentro y de expandir la experiencia humana a través del sonido.
Por Marcelo Bettoni