
El jazz de Nueva Orleans constituye la matriz fundacional del género, emergiendo en las primeras décadas del siglo XX como resultado de una intensa hibridación cultural. En el entorno portuario de esta ciudad sureña confluyeron prácticas musicales afroamericanas —como el blues rural y los spirituals— con elementos de la música criolla, las marchas militares, el ragtime y el vodevil. Esta amalgama dio lugar a un estilo caracterizado por la polifonía colectiva, en la que cada instrumento asume simultáneamente funciones melódicas, rítmicas y armónicas.
La corneta lidera la línea melódica principal, el clarinete desarrolla contracantos ornamentales en registro agudo, y el trombón articula frases en glissando que refuerzan la estructura armónica. Esta praxis polifónica, lejos de responder a una lógica solista, encarna una ética sonora comunitaria, donde la improvisación se inscribe en un marco de interacción grupal. Figuras como King Oliver, Louis Armstrong, Sidney Bechet y Jelly Roll Morton consolidaron este paradigma estético, que sentó las bases del jazz como lenguaje colectivo.
“Dipper Mouth Blues” fue registrado en abril de 1923 por la Creole Jazz Band de King Oliver en los estudios Gennett de Richmond, Indiana. La formación incluía a King Oliver (corneta), Louis Armstrong (segunda corneta), Johnny Dodds (clarinete), Honore Dutrey (trombón), Lil Hardin (piano), Bill Johnson (banjo) y Baby Dodds (percusión reducida, debido a restricciones técnicas de grabación).
La pieza constituye uno de los testimonios fonográficos más tempranos del jazz tradicional, y representa una muestra paradigmática del sonido de conjunto propio de las bandas de Nueva Orleans. Aunque la autoría se atribuye oficialmente a Oliver, diversos estudios —incluyendo los de Schuller y Morgenstern— sugieren una coautoría con Armstrong, cuyo apodo “Dipper Mouth” da título a la obra.
El solo de corneta de Oliver, ejecutado con sordina tipo plunger, se erige como modelo estilístico para generaciones posteriores de trompetistas. Su transcripción fue incorporada en arreglos de big bands durante la era swing, evidenciando su impacto en la evolución del lenguaje jazzístico.
La obra se estructura sobre la forma de blues de 12 compases, reiterada con variaciones tímbricas y melódicas. Esta repetición cíclica permite el desarrollo de improvisaciones dentro de un marco formal estable.
La progresión armónica responde al esquema funcional I–IV–V, típico del blues. No obstante, la riqueza del discurso musical reside en la superposición de líneas melódicas y en la interacción contrapuntística entre los instrumentos, más que en la sofisticación armónica.
Las líneas melódicas derivan de escalas pentatónicas, modos mixolidios y giros propios del lenguaje bluesero. El clarinete destaca por su uso de melismas, trinos y mordentes, que remiten a la tradición oral afroamericana.
El solo de Oliver representa una síntesis de lirismo, swing y expresividad tímbrica. Su uso de la sordina plunger introduce matices dinámicos y efectos vocales que enriquecen la articulación. Armstrong, desde la segunda corneta, aporta una voz emergente que anticipa su posterior protagonismo en el desarrollo del jazz solista.
La base rítmica está sostenida por el banjo, el contrabajo (o bajo de banjo) y una batería reducida. El “two-beat feel” —acentuación en los tiempos uno y tres del compás— remite a la tradición de las brass bands y refuerza la dimensión procesional del estilo.
“Dipper Mouth Blues” no solo documenta una práctica musical colectiva, sino que cristaliza una estética de resistencia y celebración. En su textura polifónica, en sus giros melódicos y en su rítmica pulsante, se inscribe la memoria sonora de una comunidad que transformó la diversidad en arte. Su estudio permite comprender el jazz no como una mera técnica improvisativa, sino como una forma de conciencia histórica.
Por Marcelo Bettoni