
Ma Rainey, W.C. Handy y el Blues Clásico: El Teatro como Cuna de una Revolución Sonora
A comienzos del siglo XX, cuando la música afroamericana comenzaba a abrirse paso desde el ámbito rural hacia los centros urbanos, el blues encontró un inesperado vehículo de expansión: el teatro de vaudeville. En ese contexto escénico —comercial, itinerante, popular— surgió lo que más tarde se llamaría blues clásico o blues de vaudeville, una forma estilizada y estructurada del blues que marcaría un antes y un después tanto en la historia del jazz como en la industria discográfica afroamericana.
Gertrude “Ma” Rainey (1886–1939), figura clave en esta transición, fue mucho más que una cantante popular. Con una voz potente y una presencia escénica arrolladora, esta artista nacida en Columbus, Georgia, integró durante años compañías teatrales itinerantes, donde se formó dentro de la tradición del espectáculo negro estadounidense. Sin embargo, según relataría más tarde, su verdadera transformación artística ocurrió en 1904, cuando en San Luis escuchó por primera vez una nueva forma musical interpretada por una joven local. Al preguntarle de qué se trataba, la muchacha respondió simplemente: “Es el blues”.
Ese momento marcaría el inicio de una nueva etapa para Rainey, que incorporó esta forma expresiva a su repertorio y la llevó a los escenarios del circuito TOBA (Theatre Owners Booking Association), el principal sistema de contratación de artistas afroamericanos en las décadas de 1910 y 1920. Su estilo, a medio camino entre la canción teatral y la narración emocional directa, dio forma a una estética que cristalizó en el llamado blues clásico: estrofas de doce compases, formas armónicas fijas y un formato escénico protagonizado por cantantes femeninas acompañadas por pequeños conjuntos instrumentales.
En paralelo a esta transformación escénica, otro protagonista clave daba los primeros pasos hacia la formalización del blues como lenguaje musical: William Christopher Handy (1873–1958). Educado en música académica, pero sensible a las expresiones populares del sur profundo, Handy tuvo una experiencia reveladora en una estación de tren en Tutwiler, Mississippi. Allí escuchó a un guitarrista afroamericano rasguear las cuerdas con un cuchillo, repitiendo una sola línea mientras el público reaccionaba con entusiasmo. Fascinado, Handy comprendió que estaba frente a una forma musical no registrada aún por la academia ni por la industria.
A diferencia de otros oyentes, Handy tenía los medios para transcribir lo que escuchaba. Así fue como empezó a componer canciones como “Memphis Blues” (1912), “Beale Street Blues” (1917) y la emblemática “St. Louis Blues” (1914), que incorporaban elementos modales, formas repetitivas y el distintivo uso de las blue notes, pero dentro de un formato orquestal y escrito. Su obra no solo ayudó a estandarizar el blues para conjuntos de baile, sino que también posibilitó su circulación en el emergente mercado de partituras y discos.
Hacia 1920, el blues ya había dejado de ser un fenómeno exclusivamente oral. Gracias a intérpretes como Mamie Smith, quien grabó “Crazy Blues” ese mismo año, las compañías discográficas descubrieron un mercado insospechado: la comunidad afroamericana urbana. Se inaugura así la era de los race records, grabaciones dirigidas a un público negro, protagonizadas por artistas negros y comercializadas como un producto diferenciado.
Aunque el término suene hoy problemático, en su momento fue también una estrategia para visibilizar una cultura que había sido sistemáticamente marginada. Sin embargo, el modelo industrial tenía sus limitaciones: los intérpretes recibían poco o ningún pago por regalías, eran forzados a grabar exclusivamente blues, y rara vez se los reconocía como autores. Aun así, ese breve auge del blues clásico nos legó una serie de grabaciones históricas —las de Bessie Smith, Ida Cox, Alberta Hunter, entre otras— que cristalizan una estética, una sensibilidad y una forma de narrar la experiencia afroamericana con una profundidad que resonaría durante décadas.
Para los jóvenes músicos que más tarde impulsarían el jazz, el contacto con el blues clásico fue una escuela decisiva. Acompañar a cantantes como Ma Rainey exigía comprender los giros melódicos, la elasticidad rítmica y la estructura armónica del blues. No era casual que muchos de los futuros nombres del jazz comenzaran sus carreras en esas pequeñas bandas teatrales: Louis Armstrong, por ejemplo, acompañó a Bessie Smith en grabaciones históricas, y Duke Ellington reconocía la influencia directa del blues en su concepto compositivo.
El blues de vaudeville no fue una simple forma comercial, sino una matriz estética y emocional desde la cual se construiría buena parte del lenguaje del jazz. En sus doce compases resonaban tanto la herida de la esclavitud como la afirmación de una nueva identidad urbana. Fue, en definitiva, una forma de transformar el dolor en arte, la opresión en estilo, y la experiencia individual en memoria colectiva.
Por Marcelo Bettoni