15 de julio 2025

Entre las múltiples tradiciones musicales que germinaron en suelo afroamericano durante los siglos XIX y XX, los espirituales ocupan un lugar de relevancia ineludible. Nacidos en el cruce de la experiencia esclava, la religiosidad cristiana y los patrones culturales africanos, los spirituals no solo son cantos de fe: son también formas de memoria colectiva, vehículos de resistencia y matrices formativas de la música afroamericana posterior.

La evolución de los espirituales puede comprenderse como una transformación estética de prácticas ancestrales de llamada y respuesta, desplazadas desde el trabajo colectivo al ámbito devocional. Si bien muchas de estas canciones adoptaron estructuras melódicas que respondían al marco armónico europeo, sus modos de ejecución conservaron elementos esenciales de la tradición africana: la repetición como forma de trance, la síncopa, la improvisación, la variabilidad tímbrica y, sobre todo, la interacción rítmica entre voz y cuerpo.

La práctica del palmeo (handclapping), como se observa en cantos como The Buzzard Lope, da cuenta de una complejidad polirrítmica que articula subdivisiones ternarias (3+3+2) dentro de una métrica cuaternaria (4/4), generando lo que los etnomusicólogos reconocen como un groove afrodiaspórico. En este sentido, los espirituales no solo son un repertorio, sino una forma de escuchar y de participar en lo sonoro, una estética viva que permeó a todos los géneros nacidos de la experiencia afroamericana.

A fines del siglo XIX, los espirituales comienzan a ser sistematizados y difundidos fuera de sus contextos originales. El caso paradigmático es el de los Fisk Jubilee Singers, grupo vocal de la Fisk University que, en 1871, emprendió una gira para recaudar fondos interpretando arreglos coralizados y “europeizados” de espirituales negros. Si bien su presentación formal buscaba legitimar socialmente esta música ante públicos blancos, también significó una primera inscripción escrita de lo que hasta entonces era tradición oral, abriendo un camino para su preservación, pero también para su transformación.

No obstante, lejos de fosilizarse, el espiritual siguió fluyendo por canales paralelos: se mantuvo vivo en las iglesias “santificadas” del sur, en los cultos pentecostales y en las redes familiares, transmitiéndose de generación en generación como un arte de la performance, de la emoción y del cuerpo. A través de estas vías informales —pero profundamente significativas— los espirituales se reconfiguraron como gospel en las primeras décadas del siglo XX, dando lugar a una tradición que aún hoy define el alma de la música afroamericana.

Cuando los músicos de jazz de Nueva Orleans declaran que aprendieron música “en la iglesia”, no se trata solamente de una formación técnica. Lo que se adquiere en ese entorno es una relación corporal con la música, una concepción colectiva de la expresión y una práctica intensiva de la improvisación dentro de marcos estructurados. Esta raíz común —compartida con el gospel y los espirituales— moldea las formas de interacción típicas del jazz: el diálogo entre solistas y acompañamiento, el uso expresivo del fraseo rítmico, la adaptabilidad melódica y la atención aguda al entorno sonoro.

Los espirituales no deben entenderse solo como canciones de fe, sino como sistemas sonoros complejos que organizaron modos de escucha, de creación y de participación comunitaria. Su estructura repetitiva, su riqueza polirrítmica y su intensidad expresiva son elementos que no solo inspiraron al gospel y al jazz, sino que siguen actuando como fuentes vivas en el hip hop, el R&B o el soul contemporáneo. Los espirituales son, en suma, la raíz que aún resuena.

Los espirituales afroamericanos no nacen de la nada. Son el resultado de siglos de dolor, resistencia y sincretismo. En el contexto de la esclavitud en Estados Unidos, los pueblos africanos adoptaron el cristianismo   lo resignificaron. El Antiguo Testamento, especialmente la figura de Moisés y el Éxodo, se transformó en símbolo de liberación. Así nació una nueva música devocional, profundamente comunitaria, oral, rítmica y emocional.

Entre los siglos XVIII y XIX, los espirituales crecieron como forma colectiva de expresión espiritual. El canto responsorial (“call and response”), los movimientos corporales y la repetición generaban una experiencia viva y compartida.

En 1871, los Fisk Jubilee Singers llevaron estos cantos a los escenarios académicos, presentándolos con arreglos europeos. Fue un acto de visibilidad y legitimación, pero también un punto de inflexión: se ganó reconocimiento, pero se perdió parte de la espontaneidad original. Mientras tanto, en iglesias rurales y pentecostales, el espiritual seguía vibrando con su potencia emocional e improvisada.

A partir de 1890, el espiritual se transformó en gospel. En las iglesias santificadas, surgieron nuevas formas de adoración musical: se sumaron órganos, armonías sofisticadas, solos intensos y el “testimonio” como relato personal cantado. Esta evolución sentó las bases del soul, el blues y el R&B.

En paralelo, el jazz emergente tomó prestados elementos clave del espiritual: la llamada y respuesta, la improvisación como forma de identidad, la expresión por encima de la técnica. “Aprendí a tocar en la iglesia” fue una frase común entre músicos afroamericanos del jazz temprano.

Entre 1920 y 1950, gospel y jazz se consolidaron como géneros distintos, pero emocionalmente conectados. Figuras como Thomas A. Dorsey y Mahalia Jackson hicieron del gospel un lenguaje universal de fe y resistencia. El jazz se profesionalizó, urbanizó, pero no perdió ese fuego espiritual.

Durante las décadas del 50 y 60, el espiritual renació como herramienta política en el movimiento por los derechos civiles. Canciones como We Shall Overcome y Go Down Moses se convirtieron en himnos de lucha. El gospel dio origen directo al soul, y este al R&B y al funk. Todo estaba conectado.

Hoy, desde los 80 hasta la actualidad, la herencia de los espirituales sigue viva. Se escucha en el jazz contemporáneo (Wynton Marsalis, Charles Lloyd, Kamasi Washington), en el hip hop consciente (Kendrick Lamar), en el neo soul (Lauryn Hill) y en el spoken word. La voz sigue siendo instrumento de historia, de comunidad y de sanación.

Este es solo un fragmento de las rutas que traza la música afroamericana. En Las Rutas del Jazz, seguimos explorando este viaje sonoro que une pasado, presente y futuro.

Por Marcelo Bettoni

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