
“Old Zip Coon” (1834): Melodía de burla, espejo de
tensiones raciales en los orígenes de la música afroamericana
En la compleja genealogía de la música afroamericana,
pocas piezas ilustran con tanta claridad las tensiones entre apropiación,
estereotipo y expresión popular como “Old
Zip Coon”, canción publicada en 1834. Aunque su melodía sigue resonando
en el imaginario colectivo —particularmente como base de la conocida Turkey
in the Straw—, sus orígenes están íntimamente ligados al universo racista
del minstrel show, uno de los
primeros géneros de entretenimiento masivo en los Estados Unidos.
“Old Zip Coon” es una composición emblemática del
repertorio de blackface minstrelsy,
un tipo de espectáculo surgido en el Norte urbano durante la primera mitad del
siglo XIX. En estos shows, actores blancos, con el rostro pintado de negro,
representaban personajes afroamericanos grotescos y caricaturescos, encarnando
estereotipos como el “Jim Crow” (ignorante, campesino, torpe) y el “Zip Coon”
(afroamericano libre, urbano, pretencioso y ridiculizado por intentar parecerse
al blanco).
Zip Coon representaba
la figura del negro del Norte, emancipado pero aún subalterno, burlado por su
supuesta afectación y su vestimenta ostentosa. A través de esta figura, los
espectáculos minstrel reforzaban la jerarquía racial: se ridiculizaba la idea
de que una persona negra pudiera integrarse social y culturalmente en igualdad
de condiciones. La música, en este contexto, no era solo entretenimiento: era
también herramienta ideológica.
Paradójicamente, muchas de las canciones del minstrel
show se basaban en materiales musicales tomados —o directamente plagiados— de
la música afroamericana. Ritmos sincopados, inflexiones melódicas pentatónicas,
y fórmulas armónicas propias de las canciones de trabajo, espirituales y formas
pre-blues fueron integradas (y blanqueadas) en canciones como Old Zip Coon.
El resultado fue un producto musical híbrido, pero profundamente marcado por la
apropiación cultural: la música
negra era explotada para burlarse de sus propios creadores.
La melodía de Old Zip Coon, en compás de 6/8 con una vivacidad danzante,
demuestra cómo estos elementos rítmicos y melódicos resultaban atractivos para
un público blanco. Sin embargo, la letra estaba plagada de dialectos forzados,
errores gramaticales intencionados y frases que ridiculizaban la manera de
hablar de los afroamericanos. Es decir: mientras el lenguaje musical
afroamericano era adoptado, la imagen del sujeto afroamericano era
deshumanizada.
En el siglo XX, muchas de estas melodías fueron
recicladas y despojadas de sus letras originales para integrarse a la música
infantil o a las bandas escolares, como es el caso de Turkey in the Straw,
adaptación instrumental de Old Zip Coon. Esta neutralización aparente
oculta, sin embargo, una memoria sonora que sigue presente. Versiones actuales,
como la del intérprete Tom Roush,
permiten escuchar la canción en su forma histórica, lo cual es valioso siempre
que se la ubique críticamente en
su contexto.
Este proceso de reapropiación crítica también ha sido
abordado por artistas afroamericanos que, desde el blues y el jazz hasta el hip
hop, han trabajado sobre las huellas de esa historia. Músicos como Wynton Marsalis o estudiosos como Amiri Baraka y Ted Gioia han señalado cómo la música afroamericana no puede ser
comprendida sin entender su dimensión
de resistencia cultural frente a siglos de caricatura, explotación y
segregación.
Estudiar una pieza como Old Zip Coon desde la
historia de la música afroamericana implica reconocer tanto su atractivo
melódico como su carga simbólica. No se trata de borrar ni censurar el pasado,
sino de comprender cómo fue construido
el imaginario racial desde lo sonoro, y cómo esa construcción influyó —y
sigue influyendo— en las formas de recepción de la cultura afroamericana.
En definitiva, Old Zip Coon es un espejo
incómodo pero necesario para reflexionar sobre las raíces culturales de los
Estados Unidos, el poder de la música en la formación de identidades, y el
largo camino que recorrió la comunidad afroamericana para transformar el dolor en arte, y la
parodia en afirmación.
Por Marcelo
Bettoni
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