Las grandes bandas —también conocidas como big
bands
— representan una de las formaciones más influyentes en la historia
del jazz. Su auge se dio durante las décadas de 1930 y 1940, en el corazón de
la era del swing, cuando orquestas de aproximadamente dieciséis músicos
animaban salones de baile en todo Estados Unidos. Este formato, sin embargo, no
solo marcó un momento social y cultural, sino que consolidó una estética sonora
que perdura hasta hoy en diversos ámbitos, desde escenarios académicos hasta
clubes de vanguardia.

Una big band tradicional se organiza en secciones:
trompetas, trombones, saxofones (habitualmente alto, tenor y barítono, con
ocasional inclusión del clarinete) y una sección rítmica compuesta por piano,
contrabajo o bajo eléctrico, batería y guitarra. Esta distribución orquestal
permite explorar una amplia paleta tímbrica y una gran variedad de texturas,
desde pasajes en bloques armónicos hasta contrapuntos complejos entre
secciones.

A diferencia de los pequeños grupos de jazz, donde la
improvisación es el motor principal del discurso musical, en las big bands
predomina el arreglo escrito.
Cada músico interpreta una parte cuidadosamente elaborada, lo que permite crear
estructuras precisas, contrastes dinámicos y una arquitectura sonora que
alterna entre la composición planificada y momentos delimitados para la
improvisación individual. Estos “espacios solistas” suelen estar insertos
dentro del arreglo, brindando al intérprete un marco armónico y formal donde
desplegar su creatividad.

La big band, entonces, propone un equilibrio entre lo
colectivo y lo individual. La música se construye desde una escritura
organizada, pero se revitaliza con el aporte expresivo de los solistas. Esta
dualidad es una de las claves para comprender el atractivo pedagógico de este
formato: obliga a los intérpretes a dominar tanto la lectura precisa como la
espontaneidad del lenguaje jazzístico.

Aunque muchas grandes bandas comerciales
desaparecieron tras la Segunda Guerra Mundial, su legado continuó en otros ámbitos.
Uno de los espacios más importantes para su preservación y desarrollo ha sido
el entorno educativo. Hoy en día, numerosas universidades y conservatorios de
todo el mundo cuentan con big bands como parte fundamental de sus programas de
formación en jazz. Estas agrupaciones, al no estar sujetas a restricciones de
presupuesto como las profesionales, pueden incluir hasta veinticinco músicos,
ampliando el rango sonoro y estilístico del ensamble.

Además del ámbito académico, varias big bands
contemporáneas han mantenido viva esta tradición en la escena profesional. Un
ejemplo emblemático es la Vanguard Jazz
Orchestra
, que desde la muerte de Thad Jones en 1986 continúa
presentándose los lunes por la noche en el club Village Vanguard de Nueva York,
interpretando arreglos de Jones, Mel Lewis y otros grandes compositores del
jazz moderno. En esa misma línea se destaca la Jazz at Lincoln Center Orchestra, bajo la dirección de Wynton Marsalis, una agrupación que no
solo conserva el legado de figuras como Duke Ellington y Count Basie, sino que
también explora nuevos repertorios, encargos compositivos y proyectos
educativos a nivel global.

Desde el punto de vista histórico, la big band ha sido
un espacio clave para la innovación. Arregladores como Fletcher Henderson, Don
Redman
y Benny Carter
sentaron las bases del swing a principios de los años treinta, mientras que Duke Ellington y Billy Strayhorn llevaron el lenguaje
orquestal del jazz a niveles de sofisticación sin precedentes. Más tarde,
compositores como Gil Evans, Thad Jones y Bob Brookmeyer expandieron los horizontes armónicos y formales del
género. En la actualidad, nombres como Maria
Schneider
, Darcy James Argue
o Miho Hazama representan una
nueva generación de arregladores que integran elementos del jazz contemporáneo,
la música académica y las músicas del mundo.

En términos escénicos, las grandes bandas suelen
presentarse con una estética cuidada: los músicos, uniformados o elegantemente
vestidos, se ubican detrás de atriles, organizados en secciones. Esta
disposición resalta la identidad colectiva del grupo, aunque en los momentos de
improvisación, cada solista tiene la oportunidad de manifestar su voz personal.

Por último, es importante destacar que las big bands,
además de ser una forma de expresión musical, constituyen un laboratorio
formativo y creativo donde se entrecruzan historia, técnica e identidad. Su
presencia en el presente del jazz no es simplemente nostálgica, sino activa y
transformadora: un puente entre tradición y renovación que sigue generando
nuevos sentidos y posibilidades en el mundo del jazz. Por Marcelo Bettoni

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